¿Es la empatía producto del trauma?

Empatía

Quiero compartir con vosotros una reflexión que llevo teniendo en la mente desde hace unas semanas.

Si habéis investigado un poco más la web, habréis visto que llevo ya bastante tiempo autoformándome y aprendiendo sobre diversos temas emocionales, psicológicos etc.

He conectado mucho con aquellos relacionados con el trauma, las heridas infantiles, el apego, las adicciones emocionales…

Siempre he tenido muy claro que la alta sensibilidad viene con la persona desde su nacimiento y no es producto de circunstancias externas. Esto es debido a la base neuronal y psicológica con la que venimos al mundo. Pero me pregunto en ocasiones hasta qué punto la empatía de muchos PAS viene de eventos del pasado o por propia configuración del sistema nervioso altamente sensible. 

Según la Dra. Riess y sus colaboradores, ‘’cada uno de nosotros nace con un número determinado de neuronas que participan en una respuesta empática.’’ Si bien es cierto, que el grado de empatía que podemos desarrollar en nuestra vida puede ser mermado o potenciado según dichas circunstancias. 

El hecho de que niños y bebés muy pequeños ya presenten ciertos comportamientos, actitudes e inquietudes profundos y sensibles, me reafirma en que esto es algo de nacimiento (y generacional)

Sin embargo, no es la primera vez que leo o veo a algún terapeuta hablando, no directamente sobre la alta sensibilidad, sino sobre la empatía y su relación con respecto a las heridas infantiles. Y me explico en los siguientes párrafos.

Como ya sabréis, la empatía es la capacidad de reconocer, comprender y sentir de manera honda experiencias y sentimientos que nos son ajenos. Hay por supuesto grados de empatía, desde muy alto, como se conoce a las Personas Altamente Sensibles (descubre aquí otras características de las PAS), como muy bajo si hablamos de patologías como la que se presenta en un psicópata. 

Entonces, en aquellas personas que se denominan empáticas, se plantea la cuestión de si esa empatía (o parte de ella) ha surgido a raíz de una infancia en la que estuvieron muy alertas de su entorno, por sentirse ‘’en peligro’’. Y con peligro me refiero a cualquier signo de ‘’no soy amado’’, ‘’no me prestan la atención necesaria’’, ‘’mis padres no conectan conmigo’’…

Un ejemplo llevado al extremo podría ser aquel niño que vive violencia familiar en casa (basado además en casos reales leídos en algún libro que no recuerdo) y para evitar el sufrimiento que supone ver cómo su padre maltrata físicamente a su madre y también a él, está constantemente pendiente de su comportamiento para al más mínimo indicio de un posible ataque, correr y encerrarse en su habitación.

Ese niño aprende a estar hipervigilante del entorno familiar, por supuesto, dejando de lado todo lo que él pueda necesitar o sentir, para que prevalezca su supervivencia. Ya podemos imaginar cómo acaba siendo este niño al llegar a su vida adulta.

Otro caso que recuerdo es el de una niña que vivía con su madre, la cual estaba profundamente deprimida hasta el punto en el que, la pequeña, tenía que preparar la comida para ella y sus hermanos pequeños. Al ver que la madre  la felicitaba en ocasiones cuando ésta cumplía ciertos roles y realizaba actividades como bañar a los hermanos, prepararlos para el colegio, hacer la comida etc, la niña desarrolla una hiperempatía frente la madre para obtener la escasa validación que ésta le ofrece en algunas de esas circunstancias y de esta manera, se anticipa a cualquier necesidad materna que aquella pudiera manifestar.

En casos menos extremos, una elevada empatía a veces es consecuencia de un entorno que no nos ha sabido comprender y efectuamos un mecanismo compensatorio en el cual estamos muy pendientes de lo que otros hacen y dicen para recibir, de manera indirecta, validación externa, bien mimetizándonos con dicho entorno, bien convirtiéndonos en salvadores, ayudadores etc. Esto desemboca también en comportamientos codependientes (lo hablaremos en otra ocasión)

Al final, el resultado es muchas veces un alejamiento de nosotros mismos y nuestras propias necesidades. 

Unas últimas reflexiones antes de terminar el artículo serían; ¿dónde empieza y dónde termina una empatía positiva para nosotros?, ¿cómo desarrollar una verdadera empatía hacia nosotros para luego ofrecer aquello que llevamos dentro y conectar con lo externo?

Sea al final la empatía producto o no de heridas de la infancia (o en cierto grado lo sea), suprimir o tratar de reducirla es inútil, pero sí veo sumamente importante intuir hacia dónde focalizarla y redirigirla, y eso se puede entrenar con el paso del tiempo, especialmente cuando nos damos el lugar y espacio que nos corresponde.

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