El vacío existencial.
¿Por qué no encuentro mi propósito?

vacío existencial

Si eres Altamente Sensible, este tema seguramente te haya perseguido gran parte de tu vida. Realmente, casi todo el mundo experimenta alguna vez esta llamada interior, cuando por un momento toman consciencia del momento presente y analizan qué han estado haciendo hasta ahora.

Se habla mucho de la crisis de los 40 ó 50, donde miras hacia atrás y te planteas cómo han sucedido los años. Es ahí cuando algunas personas se dan cuenta de que no han hecho, ni han sido lo que querían, sino que han seguido lo preestablecido y entonces deciden hacer un cambio vital y se transforman.

Sin embargo, otras personas, para mí las más sensibles, tienen esta especie de llamada desde que son niños pequeños o adolescentes. Saben que lo material y lo físico no es tan relevante para la realización de nuestro ser, y quieren hacer algo que “llene su espíritu”. (Ojo, no quiero decir que lo físico no sea importante, este es un error en el que cae mucha gente en el mundo de la inteligencia emocional)

Pero tal y como está configurada la sociedad, por lo general no se enseña a los niños a inspirarse para encontrar su propósito, ni explotar sus cualidades y dones, que están estrechamente relacionados con su propósito de vida. Eso, sumado a una desconexión emocional, hace que se genere el cóctel perfecto para empezar a experimentar un gran vacío interior, como si algo nos faltase.

Mi historia, un ejemplo más: recuerdo que de niña siempre me decía a mí misma que no quería un trabajo gris, de oficina, con horario de 8 a 15, para luego ir de vacaciones 15 o 20 días y así toda mi vida. Mi mayor ilusión junto con los animales, la arqueología, la arquitectura, la música, el diseño de interiores y los videojuegos (me gustaba un poco de todo), era conocer otras culturas y a otras personas. Estaba deseando viajar y conocer a personas que fueran distintas a mí, hablar con ellos y saber cómo veían y entendían la vida. Ese era mi mayor anhelo. Me fascinaba la posibilidad de entender a todos los seres humanos.

Como ya he dicho en otros sitios de la web, desde pequeña he tenido facilidad para expresarme y hablar. Recibí muchos elogios en ese aspecto, así que de alguna manera lo he podido potenciar también. Me di cuenta con los años que comprendía muy bien a la mayoría de la gente y fui investigando sobre temas como el lenguaje no verbal, la psicología humana etc. Ahí descubrí otra cualidad, la empatía. Esto empezó con unos 14 años, cuando mi círculo social se amplió considerablemente fuera del instituto gracias a una gran amiga a la que le mando un saludo, Rocío.

Sin embargo, ¿qué ocurrió? Bueno, que cada año sentía más y más presión en el instituto por ver qué bachillerato tenía que escoger, si Ciencias, Letras o Artes y yo no lo tenía nada claro, porque la mayoría de mis compañeros, que habían estado conmigo desde los 6 años, iba a escoger Ciencias, y yo destacaba en asignaturas como Historia y Geografía, Lengua y Literatura, y los idiomas.

Pero me sentía muy insegura, ya que escuchaba cosas del estilo como que las letras eran pa’ tontos y que la gente inteligente iba a Ciencias y que no había futuro profesional para las personas que iban a letras. Pero las matemáticas no se me daban bien, y la física y química me daban igual.

Total, que un error fatal. No tenía confianza en mí misma y acabé metida en un Bachillerato de ciencias, donde pasé muchas penas, acabé con una depresión de caballo (entre otras razones que en este artículo no vienen al caso). Y todavía a las puertas de selectividad, no sabía qué carrera estudiar. Un pastelón.

Esta podría ser la historia de cualquier chaval o chica adolescente, pero fue la mía y lo viví muy mal. Tenía además de eso en aquel entonces relaciones sentimentales… turbulentas, digámoslo así (empecé a tener novio bastante joven), y vivía una ansiedad y presión familiar muy grandes por cuestiones de todo tipo.

Cuando tenía 15 años, llegaba del instituto y me tiraba en la cama y de ahí no me movía en horas, llorando muchas veces, sin saber qué me pasaba y cómo podía solucionarlo. Mi diálogo interno, mis desajustes hormonales y mis altibajos emocionales me comieron. Me sentía un fracaso porque no sabía qué quería en la vida. Veía que tenía puntos fuertes y cualidades, pero creía que no me iban a servir de mucho. ¿De qué sirve saber hablar bien y escribir? ¿De qué me sirve entender a la gente? Me decía yo… Me sentía vacía y sin ilusión.

Con 18 años suspendí matemáticas y ya no pude hacer selectividad en junio, así que ese verano, después de haber estado con antidepresivos, y uno de los peores momentos de mi vida, me fui a Senegal con una ONG. Esa experiencia, que tan solo duró dos semanas, me dio fuerzas y me impulsó de nuevo. Por primera vez en meses, conseguí vivir el momento presente y disfrutar de mi vida. Fue mi salvación. En septiembre aprobé de refilón las matemáticas, y en 3 días preparé la selectividad. El periodismo me había llamado mucho la atención durante años, ya que estaba muy interesada en los movimientos políticos por aquel entonces. Pero escogí Trabajo Social, pensando que estaría mucho más relacionado con mi interés por la filantropía y mis cualidades.

Afortunadamente salí del hoyo y empecé a sentirme mucho mejor en mi piel, pero he vuelto a encontrarme muchas veces frente al vacío que hay en mi interior. Años y años he sentido una insatisfacción permanente conmigo misma, aunque haya tenido muchos momentos de plenitud.

Todo esto lo he he intentado solucionar durante largo tiempo a través de mis parejas, pero al final, esa sensación volvía. Y no tenía nada que ver con las personas con las que estaba, era yo la que experimentaba un vacío, fuera donde fuera, estuviera con quien estuviera.

Cuando he empezado a reconocer esta problemática, ha sido muy triste para mí. Llegar a la conclusión de que no hay NADA, no hay NADIE, ningún viaje, ningún logro, ningún objeto, y ninguna persona que llene ese vacío de tu alma, es un palazo, especialmente cuando no te han enseñado a tener un buen sentido del sí mismo cuando eras un niño pequeño.

No digo que no tenga autoconfianza y autoestima para muchas cosas, por supuesto que las tengo. Pero hay algo en el fondo de mí que está “estropeado” por así decirlo. Muchas veces me asalta el temor de vivir esa sensación toda mi vida. Y aunque ahora tengo mucho más claro qué puedo aportar y qué es lo que me inspira, tal vez no haya final feliz en esta historia.

Quiero adelantarte, si has llegado hasta aquí con la lectura, que no tengo las respuestas exactas a cómo dejar de sentir un vacío y encontrar tu propósito, puesto que yo misma me encuentro transitando ese camino. 

El asunto de encontrar nuestra pasión, nuestro propósito… y sentirnos un poco menos vacíos es un tema que se habla mucho en esta generación. Cuando no tienes propósito, no tienes dirección, y entonces te sientes perdido de alguna manera. El ser humano necesita motivos para estar vivo en el momento en el que tiene cubiertas sus necesidades básicas y no está en modo supervivencia.

Cuando tienes propósito, sabes cuáles son tus prioridades y sabes qué estándares quieres para tu vida (o al menos lo vas averiguando poco a poco).

Cal Newport escribe en su libro Deep Work esta idea acerca de hacerte preguntas de mejor calidad cuando entras en este pensamiento del propósito. Y en vez de preguntarte: ¿cuál es mi pasión? puedes preguntarte: ¿qué necesita el mundo?, ¿qué problemas veo que puedo resolver?, ¿qué asunto me apasionaría solucionar del mundo?

Ya que uno de los grandes motivos por los que las personas se sienten vacías es porque no están sirviendo a los demás y al mundo en el que viven. Servir entendido como estar al servicio de algo o alguien, lo cual es hermoso.

Por lo tanto, “¿qué puedo yo ofrecerle a los demás?” es una pregunta que te hace ser más activo o creador y menos víctima, en vez de estar a la espera a ver qué puedes recibir tú del exterior y de los otros.

Esto es un trabajo que deben hacer los padres con sus hijos como dije anteriormente; orientarlos, no condicionarlos, por supuesto. Pero si ahora ya eres adulto, es asunto tuyo, tus padres pasaron a otro plano de importancia en tu vida.

Si después de reflexionar durante un tiempo piensas que no sabes qué puedes ofrecer o crees que no puedes ofrecer nada, déjame decirte que estás equivocado. Todo el mundo tiene algo que aportar, pero muchos nos hemos desconectado de nuestro interior, y eso nos ha llevado a creer que no hay nada importante que dar o que no somos lo suficientemente buenos. Por ello, hemos de reconectar con todo lo que hay en nuestro interior

Para indagar más en este aspecto, sobre todo para aquellos que no obtengan respuestas a la pregunta anterior, plantearos: ¿qué cosas me gustaba hacer de pequeño? ¿en qué tenía interés?. Ahí suele haber muchas respuestas.

Y si no recordáis vuestra infancia, ¿qué os gusta en estos momentos? ¿qué temas os mueven u os interesan? ¿de qué podéis estar hablando mucho tiempo sin cansaros? Si alguien os concediese un plan o algo que os hiciera ilusión, ¿qué sería? Si estuvieras forrado de dinero y la vida resuelta, ¿qué harías?

Es importante que aunque no puedas o te cueste responder a estas preguntas, des algún paso aunque no tengas nada claro. La razón de esto es porque cuando estamos tan deprimidos, tan estancados, tan apáticos no vamos a querer hacer nada por un miedo subyacente al fracaso.

La pereza y la vagueza reflejan un miedo interior a lo que vendrá. Así que pregúntate también ¿a qué tienes miedo que no quieres moverte hacia ninguna parte? Has de moverte hacia delante con ese miedo. Si tienes seguridad y confianza en ti mismo para realizar algo, adelante. Pero por lo general, suele haber miedos sí o sí.

Tu cerebro va a tratar de protegerte en la medida de lo posible, y te mantendrá en tu zona de confort (que a veces es disconfort total) hasta que ya no puedas más. Recuerda: la motivación no aparece justo después de la sanación. Muchos decimos, cuando tenga buena autoestima y me sienta bien conmigo mismo haré esto y aquello. No va a así. Hay que ponerse en movimiento y la satisfacción y el bienestar vienen después.

Por último, y algo que hago ahora con toda la frecuencia posible, hay que aceptar esas sensaciones de vacío, no luchar contra ellas. Cuanto más tratas de esconderlo o evitarlo, peor. Antes tenía la teoría de que si experimentaba algo que no me gustaba, había que luchar hasta la extenuación por no vivirlo. Pero ya he pasado a la aceptación y me siento mucho más liberada.

He crecido bajo la creencia de que no hay que sentir miedo, ni inseguridad, ni tristeza. Sentía que fallaba si experimentaba esos sentimientos y emociones. Que tenía que ser algo así como una súper humana. Muy alejado de lo que la realidad es. Así que esas expectativas y ese afán de perfección me han llevado a sentir que casi nunca soy suficiente.

Voy avanzando poquito a poco con esa sensación a mi lado. Quién sabe si desaparecerá o no. Seguiré caminando por ahora.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *